Huascarán y Huandoy
En el paraíso del
Callejón de Huaylas, la morada de los dioses, vive el dios supremo Inti, junto
a su bella hija Huandoy.
Huandoy es hermosa,
tierna y dulce como una flor. Su padre deseaba casarla con un dios joven con
virtudes y belleza similares a las de su hija. Pero en el corazón de este
profundo valle, se alzaba el poblado de Yungay, allí vivía un joven apuesto y
gentil, el príncipe Huascarán.
Un día los caminos de
Huandoy y Huascarán se cruzaron; los ojos del joven se quedaron prendados de la
graciosa figura de la muchacha, ella al notar su presencia, abandona su hilado
y deja de cantar. Se levanta de un salto y se queda inmovilizada, jamás antes
había visto alguien tan hermoso, pese a su condición de mortal. Se enamoraron
profundamente. Las visitas a escondidas, la pasión y el deseo encendían sus
jóvenes corazones. Y así fueron pasando los días, los amantes no tenían ojos
para el mundo, salvo para su amor. El gran dios Inti, no se imaginaba que su
hija pudiera estar enamorada de un mortal, cuando se enteró se llenó de ira,
salían destellos de luz de sus orejas del enfado que tenía.
Dejó, sin embargo, que
su rabia se apaciguara antes de hablar con su hija y le pidió que dejara de ver
a Huascarán, ya que un mortal no podía estar con una diosa. Pero la pasión que
sentían los jóvenes era sorda a cualquier súplica y continuaron viéndose a
escondidas.
Al poco tiempo, fueron
nuevamente sorprendidos por Inti; esta vez el dios no pudo contener la ira que
sentía y maldijo a la pareja. Condenó a los jóvenes a vivir separados toda la
eternidad. Convirtió a Huandoy en una inmensa montaña, separada por un profundo
valle del joven príncipe mortal, convertido también en montaña, pero de una
dimensión aún mayor. El dios Inti colocó nieve perpetua en las cimas para
calmar su pasión.
Los enamorados lloran por su dolor, funden gota
a gota la nieve que los cubre y sus llantos de amor se unen en un lago de color
azul turquesa para toda la eternidad. Este lago recibe el nombre de Llanganuco.